Peio García Amiano
“Sería incapaz de dejar de ayudar a los refugiados”
“Durante más de tres décadas me he dedicado profesionalmente al mundo de la gastronomía. Hace siete años, junto con un grupo de voluntarios, creé Zaporeak para ayudar a los refugiados sirios que llegan a la isla griega de Lesbos. En la actualidad damos de comer diariamente a 1600 personas. Es una gran satisfacción poder ayudar a quien lo necesita tanto. Tengo que dar las gracias a los vascos, porque son muy solidarios”.
¿Somos conscientes, desde la comodidad de nuestro sofá, de lo dura que es la vida de las personas refugiadas?
En estos momentos, las imágenes de televisión ayudan a que seamos conocedores de su situación. Es una suerte tener testimonios gráficos. Siempre hay borregos, pero la gente está concienciada. Además, muchos vascos en la guerra civil tuvieron que escapar y vivir refugiados. Tenemos una sensibilidad especial.
¿Pero la exposición a tantas imágenes no provoca una cierta desensibilización en el espectador?
No. Si fuera así, la gente no respondería a las llamadas de ayuda como lo hace. En cuanto Zaporeak da toque de alarma, la gente ayuda con lo que puede, porque está muy concienciada. Sin la ayuda de los ciudadanos y de las instituciones, no podríamos llevar tantos años dando de comer a la gente. ¿Cómo es la vida en Lesbos? La vida en los campos es muy dura. Las mafias de Turquía engañan, a los refugiados, les cobran 1000 euros prometiéndoles una mejor vida y terminan en Lesbos. Las mujeres llegan violadas varias veces. Te cuentan cada caso... La isla es una cárcel, porque al estar rodeada de mar es prácticamente imposible escapar de allí. Además, los controles que hacen a los ferries y a los camiones son impresionantes, para evitar que nadie salga de allí.
¿Entonces, sin poder salir de Lesbos, qué futuro le depara a esta gente?
Ninguno. No tienen nada. Y los críos ni te cuento. El Grupo de Amigos del pueblo Sirio, con los que colaboramos para enviar el material para Siria, nos comentaban hace poco que ya hay dos tres generaciones de niños sin escolarizar en Siria. Y en los campos de refugiados nadie les da clases de nada. Además, ahora se están cronificando todas las enfermedades y hay diabetes, hipertensión... Y la salud mental... Todos tienen la cabeza tocada. Vienen mal ya de la guerra, piensan que van a tener una mejor vida y no es así. Llegan totalmente engañados.
¿Te ha pasado algo bonito entre tanta dureza?
Los refugiados llegan en unas balsas que son apenas un poco más grandes que las de los socorristas. Unas 60 personas a la vez. Los hombres se colocan en los extremos y las mujeres y los niños en el centro, para evitar que caigan al mar, pero llegan empapados porque toda el agua va acumulándose en el interior. Un desastre. Cuando te avisan de que llega una balsa vas a ayudarles a la playa. El mafioso les tira y van saliendo los padres, las madres y los niños. Y te dan un crío pequeño para que lo cojas en brazos. Es un momento inolvidable. La película Las nadadoras es el reflejo de cómo llegan. Cuando vi esa película me dio un vuelco.
¿A nivel personal qué te aporta el trabajo que hacéis en Zaporeak?
Una satisfacción total. Y es una terapia para mí. Hace diez años me diagnosticaron cáncer y muchas veces estoy en Grecia y se me ha olvidado que ese día tenía que haber ido al médico. Es una gratificación y una alegría. Sería incapaz de dejarlo. Me tendría que pasar algo muy gordo para no seguir. Te engancha. Ver sus caras de alegría cuando les das de comer es impresionante.